La comunión diaria con Dios
¿Cómo cambiarían nuestras vidas si camináramos deliberadamente con el Señor Jesús cada día?
Como
cristianos, generalmente definimos la comunión como la celebración de
la Cena del Señor. Pero en el Nuevo Testamento, esta palabra tiene
aplicaciones más amplias. La palabra griega koinonia está traducida como
"compañerismo" o "partimiento".
Aunque
solemos pensar en el compañerismo como una relación estrecha con otros
creyentes, la Biblia nos dice claramente que nuestro compañerismo es
ante todo con Dios, su Hijo y el Espíritu Santo (1 Jn 1.3; 2 Co 13.14). Pero, puesto que no podemos ver, escuchar o tocar a Dios físicamente, ¿qué significa tener comunión con Él?
La
relación deliberada con Dios es el punto de acceso. Para muchos
creyentes, esto toma la forma de un tiempo tranquilo en la mañana
leyendo la Biblia y orando. Para otros, la música cristiana o una
caminata despeja sus mentes y dirige sus pensamientos al cielo para que
puedan conectarse con Dios. Entonces, mientras leemos la Biblia, Dios
habla a nuestras vidas y nos revela más de sí mismo.
Sin
embargo, saber acerca del Señor, no es lo mismo que conocer al Señor.
Si bien adquirir información acerca de los atributos de Dios es
importante, la comunión comienza con venir al Señor con la "vigilante
expectativa" de experimentar su presencia, y culmina con nuestra
participación de su vida misma. De esa manera, nos convertimos en vasos
que contienen la vida de Dios, así como la expresión de esa vida a los
demás. La diferencia está en acercarse al Señor en una actitud de
sumisión -con la disposición de obedecer todo lo que Él nos diga.
Idealmente,
nuestra conexión inicial con el Señor se convierte en una conversación
abierta a lo largo del día. En nuestros pensamientos y, a veces,
verbalmente, le expresamos nuestras esperanzas, luchas y
preocupaciones, en espera de su guía. Cuando Él nos lleva en una
dirección determinada, obedecemos. Y por la noche, lo recordamos y le
damos gracias por su cuidado y dirección.
Lea Lucas 24.13-35.
Por
supuesto, las distracciones y las luchas de la vida pueden alterar
nuestra experiencia de cercanía con el Señor. Cuando eso suceda, se
necesita que la verdad restaure nuestra perspectiva. Piense en el
relato de Lucas en cuanto a los dos discípulos que se dirigían a Emaús
poco después de la resurrección del Señor Jesús. Su conversación estaba
centrada en los acontecimientos de ese traumático fin de semana, pero
su comprensión limitada solo les producía tristeza, confusión y dudas.
Ellos necesitaban alguien que les explicara la situación desde una
perspectiva celestial.
Fue entonces cuando Jesús se les apareció. Lo interesante es que ellos "no lo reconocieron, pues sus ojos estaban velados" (v. 16 NVI).
En algunos aspectos, muchos de nosotros somos como esos dos
discípulos. Podemos llegar a estar tan ocupados que no le prestemos
atención a Dios durante el día. Y, al igual que esos dos viajeros en el
camino de Emaús, tratamos de encontrar solución a las dificultades y
desafíos de la vida según nuestro propio criterio.
Cuando
Jesús se encontró a los dos discípulos, les ayudó a entender desde una
perspectiva bíblica los desconcertantes hechos de su sufrimiento, su
muerte y su resurrección. Cuando llegaron a Emaús, los hombres estaban
tan impresionados por el Señor Jesús que le rogaron que se quedara a
cenar con ellos. Fue en ese ambiente íntimo que sus ojos finalmente se
abrieron y lo reconocieron.
DIOS BENDIGA TU VIDA CON GRACIA Y PAZ
Pr. DOLREICH ARTIGAS
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