Amados tal como somos
Por Fil Anderson
|
11 de mayo de 201
A pesar de que nuestra
fachada cristiana puede engañar a los demás, Dios sabe lo que realmente
somos. Y está esperando para hacérnoslo ver
Visite cualquier iglesia y
encontrará personas que lucen felices, seguras y en paz, pero que en
realidad están tristes y avergonzadas, deseando secretamente que alguien
las ame tal como son.
¿Por qué se ha vuelto tan
común entre los cristianos esta clase de simulación? ¿Estamos tan ciegos
que no podemos ver que pretender ser perfectos destruye nuestra
integridad? ¿Cuándo vamos a reconocer que Cristo insiste en que acudamos
a Él tal como somos?
En mi caso, fue necesario que llegara a mi vida un hombre llamado Mike.
Gracias a que Dios me conoce
y entiende perfectamente qué es lo que me motiva, supo que yo
necesitaba tener una idea clara de cómo estaba viviendo realmente; así
que de una manera incomprensible, lo arregló todo para que Mike llegara a
mi vida.
Desde el momento que nos
conocimos, Mike me animó a reconsiderar la manera en que yo estaba
viviendo. Mike era diferente a los hombres que había conocido antes.
Para ser sincero, no siempre me agradaba estar con él. Hubo ocasiones en
las que me intimidó, pues me hacía sentir incómodo e intranquilo. Mike
había vivido con suficiente autenticidad como para darse cuenta de que
yo había vivido la mayor parte de mi vida como un impostor. Vio la
realidad detrás de la imagen que yo proyectaba usualmente -y me
desenmascaró.
Nos conocimos cuando un
amigo en común nos invitó a ir, junto a otros hombres, a un retiro.
Estar en una habitación llena de hombres es siempre algo arriesgado. El
ambiente se torna muy competitivo, por lo que la posibilidad de
conflicto está siempre presente.
Mike y yo fuimos asignados a
la misma habitación. En la primera mañana, me uní a los otros hombres
para desayunar. Dado que Mike no se presentaba, volví a la habitación
para ver cómo estaba antes de que comenzara nuestra sesión. Al abrir la
puerta, lo vi sentado a un lado de su cama con las manos en la cabeza.
De repente, me miró con los ojos entrecerrados, y me dijo: "En realidad,
siempre he escuchado decir que se necesita un pillo para atrapar a otro
pillo. Anderson, tú y yo somos mucho más parecidos de lo que parece. La
única diferencia es que yo he renunciado a aparentar que todo en mi
vida anda bien, pero tú estás todavía tratando de dar esa impresión".
Luego, con una sonrisa, agregó: "Fil, me encantaría saber quién eres
realmente".
El grupo siguió reuniéndose
anualmente, y como es costumbre, pensamos que sería bueno que tuviéramos
un nombre, algo que nos identificara. Luchamos con algunos nombres
durante un tiempo, pero no lográbamos ponernos de acuerdo. Hasta que en
una ocasión, cuando estábamos haciendo la reservación en un centro de
retiros, el encargado en la recepción preguntó el nombre de nuestro
grupo, y uno de los miembros respondió: "Pecadores notorios", así que
ese fue el nombre que quedó.
Con ese nombre, no es
difícil suponer que era un grupo en el que se podía ser auténtico sin
ningún riesgo. Sin embargo, mi actitud de costumbre era fingir,
proyectar la imagen de una persona estable y sin defectos graves. Pero
un año, la noche antes de mi partida para nuestro retiro anual, entablé
una acalorada discusión con uno de mis hijos adolescentes.
Lamentablemente, mi ira insultante y venenosa se hizo evidente. No
obstante, cuando llamé para explicar mi ausencia al grupo, me presenté
como heroico y abnegado, incluso dedicado por haber decido quedarme en
casa.
Pocos meses después, cuando
Mike y yo nos reencontramos, él demostró la habilidad de un cirujano al
abrirme y poner al descubierto la verdad que creía que había permanecido
oculta. "Mira, viejo, por no haber venido al retiro, perdiste la
oportunidad extraordinaria de recibir finalmente lo que siempre has
querido. Yo sé por qué no fuiste, y no fue porque tu familia te
necesitaba. Fue por tu remordimiento y arrogante orgullo. Sabías que si
te quedabas en tu casa, parecería como si la crisis que había en tu
familia era exclusivamente de ellos, y que te necesitaban para arreglar
el problema. Hombre, es posible que los hayas engañado a ellos, pero a
mí no. ¡Tu vida es un desastre!"
Lo único que pude hacer fue
controlar mi ira generada por el pánico. Estaba a punto de arremeter
contra él cuando noté las lágrimas en los ojos de Mike, y el temblor de
sus labios cuando se levantó de su asiento y se dirigió hacia mí. Se
sentó a mi lado, y me preguntó con compasiva amabilidad: "Fil, ¿qué te
hace falta para que dejes de ser controlado por el temor a ser tú mismo?
¿No te gustaría, por favor, salir de tu escondite, decir la verdad, y
dejar que te conozcan? Cuando permitas que los demás vean quién eres
realmente, experimentarás el amor que siempre has anhelado".
Su efecto en mí fue como el
de un desfibrilador en un corazón casi muerto. Cuando nos conocimos por
primera vez, mi corazón estaba cerrado, pero el de Mike estaba muy
abierto, especialmente en cuanto a lo que tenía que traer delante de
Dios. Mike estaba convencido de que todo lo que no le revelara al Señor
terminaría haciéndole daño. Por esa razón, lucía confiado y libre para
decirle todo. Nunca había nada que omitiera. Valoro especialmente el
recuerdo de esos momentos admirables cuando revelaba sin temor las
tinieblas de su corazón, pidiendo a Jesús que hiciera brillar su luz
dentro de sus oscuros recovecos.
Mike era una voz profética
que retaba a creyentes equivocados como yo, a examinar sus relaciones
-con Jesús y con los demás- de una manera poco convencional, valiente,
franca y abierta. El testimonio de Mike, a diferencia del de muchos
cristianos, demuestra que en lo profundo de su alma está la seguridad de
que en el corazón de Dios no hay nada más que amor por él.
Aceptar la realidad de
nuestra vida lacerada y llena de defectos, es el primer paso para vivir
en Cristo, no porque así podamos reparar de inmediato todo lo que está
mal en nosotros, sino porque podremos entonces dejar de buscar la
perfección para buscar a Jesús, quien conoce hasta lo peor de nuestra
vida. No es hasta que descubrimos nuestro verdadero yo y lo que
necesitamos, que descubrimos quién es realmente el Señor Jesucristo: Un
amoroso, receptivo, generoso y perdonador Salvador, Redentor y Amigo.
Al recordar ese día, no
tengo duda de que Mike me demostró un amor que pocas personas me han
demostrado en toda mi vida. Vio mis partes vulnerables y desagradables,
pero las aceptó y me aseguró que Jesús, que siempre me ha visto como soy
realmente, estaba ansioso de hacer lo mismo. Antes de que terminara
nuestra visita, me recordó las palabras del Señor Jesucristo: "El que
halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la
hallará" (Mt 10.39).
Aceptar la imperfección de
mi vida es lo más doloroso y difícil que he hecho hasta el día de hoy.
Es también lo más liberador y alentador que he dicho de mí mismo.
Descubrir la necesidad de autenticidad me ha llevado a confiar en amigos
que estén dispuestos a hacer preguntas profundas para invitar a la
persona que soy en realidad a salir de su escondite.
Hoy en día, estoy convencido
de que Dios ama a toda persona con una profundidad, persistencia e
intensidad inimaginables. Estoy completamente seguro de que no hay
manera de exagerar la inmensidad de su amor; es inagotable; no conoce
límites. Por muy grande que sea la limitación que podríamos tratar de
ponerle, el amor de Dios es, en pocas palabras, como ningún otro en este
mundo.
Es por esta razón que
podemos declarar con certeza que Dios nos ama tal como somos. ¿Cree
usted esto? No le estoy preguntando si cree en el amor, pues esa es una
ideología teórica e intrascendente. Lo que le estoy preguntando es:
"¿Puede usted decir con toda seguridad lo que el apóstol Juan escribió
en su primera carta: "Hemos conocido y creído el amor que Dios tiene
para con nosotros"? (1 Jn 4.16).
El amor de Dios es la esencia de nuestra fe, y un magnífico resumen de
todo lo que debemos creer. Ese amor crea nuestra verdadera identidad y
trae paz, gozo y satisfacción que el mundo no puede dar.
Jesús se ofrece a sí mismo a
cada uno de nosotros como un compañero en el viaje de la vida -un amigo
que es siempre paciente con nosotros, bondadoso, misericordioso, rápido
para perdonar, y cuyo amor no lleva un registro de nuestras faltas. Él
dice: "Ya no os llamaré siervos... pero os he llamado amigos" (Jn 15.15).
Piense ahora en cómo definió Agustín de Hipona ese término: "Un amigo
es alguien que sabe todo sobre ti, y aun así te acepta". Jesús es el
cumplimiento de este sueño que todos tenemos.
El discipulado auténtico
requiere saber tres cosas: que nuestro yo es profundamente amado; que
nuestro yo es profundamente pecador; y que nuestro yo está involucrado
en un proceso de restauración que dura toda la vida. Confrontar estas
verdades esenciales hace que sea posible para nosotros, "Pecadores
notorios", reconocer como somos en realidad y reconocer que somos
aceptados por Dios.
Dios colme tu vida de paz y gracia
Pr. Dolreich Artigas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario