En nuestro tiempo el nombre que lleva alguien depende de un
conjunto de factores, entre los cuales juegan un papel primordial la
moda, los famosos o lo bien que suena al oído. Antiguamente, al menos en
los pueblos de España, era costumbre poner al recién nacido el nombre
de alguien de la familia, de ahí que ciertos nombres se multiplicaran en
los clanes familiares. Pero
los nombres en la Biblia tienen un
significado que va más allá del sonido más o menos agradable que puedan
tener, denotando el carácter de la persona. Claro que hay
ejemplos en los que el nombre está en flagrante contradicción con el
personaje, como es el caso del rey Sedequías, que significa "Jehová es
mi justicia" aunque en realidad fue un hombre que vivió a espaldas de
Dios.
Pero en el caso de Jesucristo sus nombres van en consonancia con su significado, que tiene un alcance trascendental. Uno
de ellos es el de Hijo, que indica la comunión de naturaleza que tiene
con el Padre. No es solamente comunión de voluntad, algo en lo que la
criatura puede coincidir con el Creador, sino de naturaleza, lo que
ninguna criatura, por definición, puede compartir con el Creador.
El nombre Hijo,
en cambio, indica la filiación esencial que Jesucristo tiene con Dios;
no una filiación jurídica, como es el caso de la adoptiva, sino de
esencia, al haber sido engendrado, en una generación inefable y eterna,
por el Padre. Así como los padres trasmitimos a nuestros hijos nuestra naturaleza humana, así el Padre trasmitió su naturaleza divina al Hijo.
Aunque la analogía humana sólo es correcta hasta cierto punto, pues se
puede ser humano sin ser padre, mientras que en Dios ser Padre no es
algo contingente sino inherente a su naturaleza, lo cual indica que
Dios ha sido siempre Padre, deduciéndose de ello que siempre ha tenido un Hijo. Por
tanto, el Hijo es sin principio en el tiempo y si ser Padre en Dios es
una propiedad eterna es obvio que la filiación del Hijo es también
eterna.
Así pues, Padre e Hijo han estado siempre en esa
relación personal, no habiendo cabida en Dios para la soledad o la falta
de compañía. Eso significa que Dios no tuvo necesidad de crear
el mundo para tener algo con lo cual relacionarse o para poder
entretenerse, pues la relación Padre-Hijo colmaba perfectamente todas
las expectativas. El mundo, pues, es un producto de la voluntad de Dios y
por consiguiente algo que fue pero podía no haber sido, a diferencia
del Hijo, cuya existencia es necesaria.
La exclusividad de esa filiación, es decir, que Dios tiene un
solo Hijo, viene determinada por el nombre de unigénito, que es
distintivo de Juan en sus escritos ( i ).
Algunas traducciones modernas y populares de la Biblia tienden a
utilizar otros términos en vez del de unigénito; pero al hacerlo
escamotean la gran doble verdad que tal palabra trasmite: que esa
filiación es por vía de generación y que es única. Todas las demás
referencias en la Biblia a los hijos de Dios tiene un carácter simbólico
o de adopción, pero
la palabra unigénito marca la diferencia, enseñándonos que quien la lleva ha sido engendrado por Dios desde la eternidad y
en esa generación el Padre le ha comunicado al Hijo todo lo que él es,
de manera que todo cuanto tiene el Padre lo tiene también el Hijo. No
cabe pensar que como ocurre en la generación humana el padre es en el
tiempo antes que el hijo, pues ya hemos dicho que en Dios ser Padre no
es algo accidental o agregado a su naturaleza, sino parte intrínseca de
la misma, de ahí que el Padre no sea anterior en el tiempo al Hijo.
Un texto que muestra la comunión de naturaleza entre Padre e
Hijo es Mateo 11:27, donde el conocimiento que tienen ambos es recíproco
y exhaustivo. Si el Padre fuera inabarcable para el Hijo, por
ser de naturalezas distintas, el Hijo sólo lo podría conocer de forma
parcial, tal como sucedió con Moisés, a quien Dios le dijo, en lenguaje
antropomórfico: "Verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro." (
ii )
Maimónides, el famoso exégeta judío nacido en Córdoba, interpretó esa
frase de esta manera: "La auténtica realidad de mi existencia es
inaprehensible" (
iii ). Algo que el apóstol Juan ya había destacado, al decir: "A Dios nadie le vio jamás (
iv )." Y la razón de ello es evidente:
La criatura no puede abarcar al Creador.
Pero si Jesucristo afirma en Mateo 11:27 que él conoce al Padre de la
misma manera que el Padre le conoce a él, eso quiere decir que entre
ambos hay una igualdad de naturaleza, expresada en la igualdad de
conocimiento. Pero ¿cómo se puede conocer exhaustivamente al que es
infinito si no es porque el conocedor es infinito también? Lo finito no
puede abarcar lo infinito. Luego Jesucristo tiene una naturaleza
infinita (del latín, sin límite), que es la misma que tiene el Padre.
Sólo lo absoluto puede comprender lo absoluto. Por eso, las
profundidades del Padre no son un misterio indescifrable para el Hijo
sino algo que conoce perfectamente. De otra manera estaríamos
ante alguien que simplemente sería uno más en la lista de los que han
venido trayendo una revelación parcial de Dios. Pero el autor de Hebreos
contrasta las revelaciones inconclusas de los profetas con la
revelación definitiva que trae el Hijo (
v ), subrayando esa diferencia por la diferencia que hay entre la palabra profetas y la palabra Hijo.
La importancia del nombre Hijo no puede subestimarse, sin peligro de
caer en el error, siendo una declaración incontrovertible de la
divinidad, o deidad, de Jesucristo.
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i Juan 1:14,18; 3:16,18; 1 Juan 4:9
iii Guía de perplejos, capítulo 37
Pr. DOLREICH ARTIGAS