Una misión dada por Dios
Dr. Charles Stanley
Como representantes de Cristo en la Tierra, tenemos una misión del cielo -y un mensaje que entregar.
por Charles F. Stanley
Imagínese
que está sentado en su casa una tarde cuando suena el teléfono. Es el
presidente de EE.UU. quien llama, y quiere que venga a Washington de
inmediato, porque tiene un trabajo muy importante para usted. Al llegar,
es conducido a la Casa Blanca y recibido por el Comandante en Jefe,
quien le dice: "Quiero que seas mi embajador. Te estoy dando la
autoridad para comunicar mi mensaje". ¿Cómo respondería usted?
Probablemente se sorprendería, y quizás hasta tendría un poco de miedo
preguntándose si es capaz de cumplir con esa gran responsabilidad.
Sin
embargo, si usted es cristiano, ya le sucedió algo parecido. El día en
que recibió a Jesucristo como su Salvador personal se convirtió en su
embajador. Su tarea es la de representar al Rey de reyes, y llevar su
mensaje al mundo (2 Co 5.14-20). El
entender la magnitud y la importancia de este trabajo influirá en cada
aspecto de su vida, especialmente en su manera de relacionarse con los
demás.
Para
apreciar la magnitud de nuestra tarea como embajadores de Cristo,
pensemos en las características y las responsabilidades de un
diplomático. Normalmente reside en un país extranjero, habla en nombre
de su líder, tiene un estilo de vida diferente a quienes le rodean, y
honra al país que representa con su carácter, su actitud y su conducta.
De la misma manera, los cristianos son ciudadanos del cielo que viven en
este mundo como extranjeros (1 P 2.11).
Nuestra misión es dar la buena noticia de la salvación de Cristo a
quienes no lo conozcan. Además, nos empeñamos en honrar y representar a
nuestro Rey por medio de la forma en que vivimos.
Las
personas que nos rodean se sienten agobiadas por pecados, luchas,
heridas y fracasos. Pero hemos sido enviados a darles un mensaje de
esperanza (2 Co 5.18). Cuando nos
reconciliamos con Dios por medio de su Hijo, somos restaurados -aunque
normalmente de una manera distinta a lo que esperamos. En Cristo,
llegamos a ser nuevas criaturas (2 Co 5.17).
A
pesar de que tenemos esta noticia tan extraordinaria, la realidad es
que nuestro mensaje no siempre es bienvenido. De hecho, produce con
frecuencia malentendidos y críticas. Pero todo eso es parte del trabajo
de un embajador. Las personas que todavía no son ciudadanas del reino,
no entienden nuestra visión del mundo y, a menudo, interpretan mal
nuestra motivación. Basta con mirar al apóstol Pablo. Dondequiera que
iba, encontraba distintos grados de oposición y rechazo.
Pablo
enfatiza esta verdad en sus palabras a Timoteo: "Así mismo serán
perseguidos todos los que quieran llevar una vida piadosa en Cristo
Jesús" (2 Ti 3.12 NVI). Por
consiguiente, ya que no podemos escapar de los conflictos que resultan
de ser fieles a Cristo, debemos hacerles frente y responder con
humildad, benevolencia y paciencia. Cada vez que encontremos
antagonismo, seis normas nos ayudarán a manejar sabiamente la crítica y
el conflicto.
Mantenga un espíritu tranquilo. Si
uno de los diplomáticos de nuestro país tuviera un arrebato de ira o
reprendiera a gritos a quienes no estuvieran de acuerdo con él, sería un
pésimo representante de la nación. Además, su hostilidad impediría que
su mensaje fuera bien recibido. Aunque la ira puede ser una reacción
natural cuando nos sentimos atacados, Santiago 1.19, 20 dice:
"Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para
airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios". Por
entender que quienes nos critican no conocen a Aquel que nos envió, hay
que verlos con un corazón compasivo.
No se defienda de inmediato. Cuando
los ánimos se caldean, no se gana nada, ya que cada persona está
decidida a defenderse. Por eso es prudente ignorar las palabras de enojo
o crítica. Más bien, susurre una breve oración: "Señor, ponme en la
boca un centinela; un guardia a la puerta de mis labios" (Sal 141.3 NVI).
Tener un conflicto con alguien nos da la oportunidad de entender el
punto de vista de la otra persona, y aclarar cualquier malentendido con
espíritu de benignidad.
Pida discernimiento al Espíritu Santo. Puesto
que solamente Dios ve los corazones, los pensamientos y las
motivaciones de quienes nos critican, Él es el único que sabe cómo
debemos responder. Como embajadores suyos, necesitamos su dirección, no
solo para discernir lo que está pasando en la vida de la otra persona,
sino también para saber cómo representar a Cristo con nuestras palabras y
nuestra actitud. Si dejamos que el Espíritu Santo ejerza autoridad
sobre nuestras palabras, Él nos enseñará qué decir (Lc 12.12).
Vea la situación como enviada por Dios. Si
nos enfocamos en la persona que nos está criticando, lo más probable es
que la acusemos de estar actuando mal, y nos justifiquemos. Pero si
entendemos que el Señor ha permitido esta difícil o penosa situación
para sus buenos propósitos, tendremos paz (Ro 8.28).
En vez de hervir de ira, de sentir lástima por nosotros mismos, o de
tratar de manipular la situación, podemos confiar en Dios y renunciar a
nuestros "derechos" por amor a Él.
Enfóquese en las maneras de ayudar y amar a la otra persona. Puesto
que los conflictos tienden a desviarnos de nuestro papel como
embajadores de Cristo, debemos recordar que nuestro objetivo es
presentar a otros a nuestro Rey, y hablarles de su ofrecimiento de
salvación. En vez de sentirnos ofendidos por sus respuestas negativas,
debemos encontrar maneras de demostrarles el amor de Cristo con nuestras
palabras y acciones.
Mantenga una actitud de gozo. Cuando
Pablo y Silas fueron golpeados y encarcelados por predicar de Jesús,
sus cantos y sus alabanzas a Dios en medio del sufrimiento dijeron mucho
a quienes los escuchaban (Hch 16.23-25).
Muy pocas personas son atraídas a buscar de Cristo por medio de censura
o polémicas. Por el contrario, nada es más atrayente que una vida
gozosa. Aunque los conflictos son dolorosos, podemos tener la alegría
imperturbable de Cristo, independientemente de las circunstancias.
Como
embajadores de Cristo, no tenemos la tarea de reformar este mundo, ni
de enmendar a cada persona que discrepe de nosotros. Debemos simplemente
presentar la Palabra de Dios y demostrar el carácter del Señor con
nuestra conversación, conducta y actitud. Nuestro objetivo es hacer
saber a otros que pueden llegar a ser ciudadanos del cielo -al igual que
nosotros.
Aunque algunos pueden responder negativamente, debemos recordar que Jesús profetizó que esto iba a suceder (Jn 15.18-21).
Cuando los no creyentes ven que reaccionamos a sus críticas con
amabilidad, paciencia y amor, reciben un destello del reino de los
cielos. Es ahí cuando nos convertimos en testimonios maravillosos de
nuestra fe.
DIOS BENDIGA TU VIDA CON GRACIA Y PAZ
Pr. DOLREICH ARTIGAS
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