El otro regalo de Dios al mundo
Dr. Charles Stanley
Dr. Charles Stanley
Hay una razón por la que todavía estamos esperando que haya paz en la Tierra.
por John Greco
Era
un caluroso día de julio, y todas las ventanas de mi automóvil estaban
abiertas. Estaba atrapado en el tráfico de la mañana, y mientras
avanzábamos a paso de tortuga, noté que un hombre con barba se me quedó
mirando sonriente. Sí, era el mes de julio, pero yo estaba escuchando
música de Navidad, al parecer lo suficientemente alta como para que los
demás conductores se dieran cuenta.
Puede
ser que estaba rompiendo algún tipo de tradición, pero no lo pude
evitar, pues me encanta la Navidad -y siempre anhelo que llegue. Por
tanto, la música comienza temprano, recordándome el nacimiento de Jesús,
reviviendo recuerdos de navidades pasadas, y creando en mí una
expectativa cada vez mayor de que, gracias a la encarnación, la vida en
este mundo nunca será la misma.
La
Navidad y la expectativa parecen acoplarse. Siempre ha sido así desde
el principio. Incluso antes de que nadie supiera qué esperar -que Dios
mismo vendría para nacer de una virgen- había la expectativa de que Dios
actuaría para poner en orden las cosas.
La
primera música de Navidad comenzó en el huerto del Edén como un
susurro. En medio del castigo del Rey, se podía detectar una canción de
esperanza: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y
la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el
calcañar" (Gn 3.15). Aunque este mundo
había sido arruinado por el pecado, Dios tenía planes para arreglar las
cosas. Enviaría a un Libertador para llevar a cabo su voluntad, a medida
que moldeaba al mundo y escribía la historia de la humanidad.
La canción continuó cuando Dios le hizo promesas específicas a Abraham (Gn 12.2, 3).
Estuvo allí, cuatro siglos después en Egipto, cuando Dios ordenó a cada
familia de su pueblo que sacrificara un cordero sin mancha, y que
marcaran sus casas con su sangre (Ex 12.1-13).
En el desierto, y en la tierra que había prometido, Dios apuntaba hacia
Cristo en cada sacrificio de animales que hacía el pueblo; cada
holocausto era una imagen de la salvación que vendría.
Con
el rey David, la canción se hizo más perceptible al prometerle Dios un
reino eterno en cuyo trono se sentaría siempre uno de sus descendientes (2 S 7.12-17).
Y cuando Dios levantaba profetas para que hablaran a Israel y a Judá,
anunciaba la venida de un Mesías -el que redimiría al pueblo de sus
pecados, sufriría para sanar, y traería justicia y paz a nuestro mundo (Sal 130.8; Is 11.1-10; 53.5). La historia de Israel en el Antiguo Testamento es la historia de un pueblo que aguardaba con esperanza la Navidad.
Y
así, cuando se abre el Nuevo Testamento, la expectativa seguía presente
en sus páginas. Habían sido más de 400 años desde que el último profeta
de Judá dejó su pluma. Pero ¿dónde está la promesa de liberación que
Dios prometió? ¿Dónde están el trono de David y el Mesías que habría de
sentarse en él para siempre? ¿Y dónde está la justicia?
En
Mateo y Lucas, esa expectación se convierte en gozo. María proclama:
"Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los
hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos" (Lc 1.52, 53).
Mientras el bebé estaba todavía en su vientre, ella da la bienvenida al
reino que Él iniciaría. De manera semejante, Zacarías, el padre de Juan
el Bautista, dice: "Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y
redimido a su pueblo" (v. 68). Para Zacarías, la salvación de Dios era cierta, tan cierta, que se refirió a ella en tiempo pasado.
Cuando
leo la historia de la Navidad, lo hago con un corazón dividido. Me
emociona pensar en el nacimiento de Jesús -todo lo que eso comenzó por
su vida, muerte y resurrección. Pero también me siento triste porque
este mundo no ha cambiado mucho. La injusticia sigue presente entre las
naciones de la Tierra, los hambrientos siguen siendo rechazados, y el
sufrimiento del pueblo de Dios no disminuye. ¿Qué pasó con toda esa paz
en la Tierra, y la buena voluntad para con los hombres?
O
tal vez haya algo más que esperar que un regalo -un regalo de Navidad
que haga que todos los demás obsequios tengan importancia. Hay un atisbo
de este regalo oculto en uno de los pasajes del Evangelio de Mateo:
"Herodes
entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó
matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en
todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los
magos" (Mt 2.16).
Un ángel se le apareció a José en un sueño, y la familia huyó (vv. 13-15).
Pero ¿ha pensado usted alguna vez en el extraño hecho de que el Hijo de
Dios viniera a la Tierra para tener que huir? Por un lado, pienso que
Él no tenía que haberlo hecho. Su padre pudo haber hecho llover fuego
del cielo cuando surgió el primer pensamiento sanguinario en la mente de
Herodes; o pudo haberse opuesto a las espadas de los soldados con una
legión de ángeles, pero no lo hizo. Permitió que el mal continuara, aun
cuando su Hijo había venido para ponerle fin, de una vez por todas.
La
respuesta de Dios a Herodes (o lo que parece ser su falta de respuesta)
es una medida de su gracia. Por ahora, Dios prefiere convertir en hijos
a sus enemigos, antes que destruirlos. En vez de derramar su juicio
sobre la humanidad pecadora, la derramó sobre Cristo. Y mientras
esperamos que Dios renueve este mundo, Él también está esperando para
llevar a sus hijos al hogar celestial.
Dios
ha prometido que se acerca un día de juicio, y esa es una declaración
de la que podemos estar seguros. Al mirar nuestro mundo, vemos nuevas
atrocidades cometidas a diario. Pero Dios no hace llover fuego. En vez
de eso, se entristece con los enlutados, y ofrece una vida nueva por el
sacrificio de su Hijo. Cada Navidad recibimos un regalo maravilloso: un
recordatorio tangible de la paciencia de Dios.
Para
aquellos de nosotros que miramos el cielo de noche y le preguntamos a
Dios: "¿Cuánto tiempo más?", tenemos la siguiente respuesta: "El Señor
no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es
paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que
todos procedan al arrepentimiento" (2 P 3.9).
Aunque vivimos en el otro lado de la Navidad, nos encontramos, al igual
que nuestros semejantes del Antiguo Testamento, esperando que Dios
cumpla sus promesas. Dios sigue teniendo paciencia, y actuando por medio
de usted y de mí para traer muchos a la gloria. Pero, gracias a que
Jesús ha venido, podemos unirnos a la canción que María y Zacarías
cantaron, sabiendo que ha amanecido un nuevo día, aunque algunos de sus
acontecimientos todavía no se han desarrollado.
Cuando
celebramos la Navidad, recordamos la esperanza que tenemos en Cristo,
la gracia divina y el día en que la Luz se abrió paso por primera vez a
través de la oscuridad. Un día, la Luz destruirá la oscuridad; pero, por
amor a nosotros y -gracias sean dadas a Dios- por amor a quienes aún no
han escuchado la buena noticia, ese día todavía no ha llegado.
DIOS BENDIGA TU VIDA CON GRACIA Y PAZ
Pr. DOLREICH ARTIGAS
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