El problema del mal
Dr. Charles Stanley
¿Por
qué Dios permite que les sucedan cosas malas a las personas buenas?
Esta es una pregunta que a menudo nos hacemos; felizmente, la Biblia no
calla en cuanto al tema del sufrimiento.
por Mark Coppenger
A
apenas un mes de estar en mi primer pastorado, recibí una llamada,
tarde en la noche. El hijo único de una de nuestras viudas se había
suicidado, y la policía quería que fuera yo quien le diera la noticia a
la madre. Así que, salimos en medio de la oscuridad y nos dirigimos a su
casa. Tan pronto como ella abrió la puerta, supo que algo terrible
había sucedido, y comenzó a pronunciar a gritos el nombre de su hijo.
Treinta
años más tarde, fui testigo de cómo uno de mis estudiantes y su esposa
pasaron por una tragedia relacionada con su primer hijo. El bebé, que
todavía no había nacido, fue diagnosticado con una enfermedad que le
quitaría la vida a pocas horas de nacer.
Todo
pastor -en realidad, todo cristiano- está familiarizado con estas
desgarradoras situaciones, y cuando se producen surge naturalmente la
pregunta: "¿Por qué, Señor?" Después de todo, Dios es todopoderoso y
bueno. Entonces, ¿por qué no las impide?
Bien,
¿qué dice la Biblia? Dice en Génesis 3 que la vida estaba libre de
riesgos y era placentera en el Edén, pero Adán y Eva no fueron capaces
de manejar la combinación de obediencia y bendición. Por su pecado,
fueron expulsados y condenados a enfrentarse a un mundo peligroso y
difícil. Es por esto que nosotros enfrentamos traiciones, sequías y
muerte. No obstante, eso no significa que Dios se esté vengando, ya que
en Romanos 8.20, 21 (NVI) leemos que
"queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de
la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad
de los hijos de Dios". Lo cual es maravilloso.
Ciertamente, todo el capítulo 8 de Romanos está
lleno de esperanza, incluyendo la seguridad de que "Dios dispone todas
las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de
acuerdo con su propósito" (v. 28). Es
por esto que Pablo pudo decir a los Filipenses que "el que comenzó tan
buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo
Jesús" (1.6); y la razón por la que
pudo asegurar a los corintios que "los sufrimientos ligeros y efímeros
que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más
que todo sufrimiento (2 Co 4.17). Las palabras de consuelo y esperanza se encuentran a lo largo de toda la Biblia, y en Apocalipsis 21 encontramos una visión impresionante de lo que les espera a los hijos de Dios.
El
Señor pudo haberse detenido allí, diciendo algunas palabras en cuanto
al "poder del pensamiento positivo". Pero la Biblia está
sorprendentemente salpicada de expresiones de queja y desesperación del
pueblo de Dios. No todo es plática placentera.
Fíjese en este lamento del Salmo 88: "[Señor] me has echado en el foso más profundo. . . Me has quitado a todos mis amigos y ante ellos me has hecho aborrecible" (vv. 6, 8).
Luego está la queja a Dios que se encuentra en Jeremías 12.1:
"Quisiera exponerte algunas cuestiones de justicia. ¿Por qué prosperan
los malvados? ¿Por qué viven tranquilos los traidores?" David, también,
expresa ira hacia Dios por haberle quitado la vida a Uza, quien tocó el
arca del pacto para evitar que ésta cayera al suelo (Vea 2 S 6.5-16). En el capítulo 3 de Job, el mismo Job desea haber sido abortado o nacido muerto; y en el capítulo 30 dice que Dios ha sido cruel, y que se ha mantenido distante. Y en Romanos 9,
Pablo expresa el desaliento que uno pudiera muy bien sentir por la
situación de Esaú y de Faraón, cuyos infelices destinos estuvieron, por
alguna razón, predeterminados (vv. 11-17).
Todos estos hombres clamaban: "¿Qué es lo qué está pasando, Dios?".
En varios lugares de la Palabra encontramos la respuesta. Por ejemplo, en Juan 9,
Jesús sanó a un hombre ciego de nacimiento. Jesús dijo que no era el
pecado del hombre lo que lo había hecho ciego, sino que "para que la
obra de Dios se hiciera evidente en su vida" (v. 3).
Eso, por supuesto, no satisface al escéptico que se queja diciendo:
"¿Me está usted diciendo que Dios utilizó a ese pobre hombre de esta
manera? ¿Y qué de los que Él no sanó?"
Ahora bien, usted pudiera pensar que Dios debe decir algo como: Uy, tienes razón. No vi lo injusto que era eso. Déjame ver si puedo explicarme. ¡No! En Job 38, Dios le pregunta: ¿Quién te crees que eres para acusarme? Y en Romanos 9.20, 21, Él contesta: Disculpa, pero yo soy el alfarero. Ustedes los humanos son el barro, y yo puedo hacer lo que me plazca.
¡Qué golpe!
Pero
¿convierte esto a Dios en alguien distante que lo único que dice
es ¡Arréglatelas como puedas! ¡No! Él se unió a nosotros en nuestro
sufrimiento por medio de su Hijo en la cruz. ¿Necesita usted una
evidencia? Vea a Jesús en el Getsemaní, preguntando si hay alguna opción
frente al tormento de la cruz. Vea al Señor humillado y tratado
brutalmente en el Calvario, clamando a Dios: ¿Por qué me has abandonado?
Se
dice que una pena compartida es una pena a la mitad, y es consolador
saber que la nuestra la podemos compartir con nuestro Creador, quien,
por medio de la Sagrada Escritura, habla rotundamente al desaliento
humano, e insiste firmemente en que confiemos en que Él lo resolverá
todo para bien. Él es demasiado misericordioso como para permitir que la
amargura nos consuma. A fin de cuentas, Él conoce la dulce sabiduría de
la historia, de la cual Él es el autor, y las maravillas que son
nuestras -no solamente en la vida en el más allá, sino también en la que
tenemos delante de nosotros aquí en la Tierra.
DIOS BENDIGA TU VIDA CON GRACIA Y PAZ
Pr. DOLREICH ARTIGAS
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